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Foto del escritorSergio Sánchez Fulladosa

Guerra sucia, que nos ensucia.


No creo estar hablando solo de México cuando sostengo que la podredumbre de la comunicación política y la ruptura del diálogo ciudadano son dos de los rasgos más lamentables de nuestros tiempos.


Redes sociales infestadas, noticias mentirosas, discursos de odio, mercantilismo periodístico, destrucción de puentes y caminos que antes nos unían. La tecnología y el dinero al servicio de las causas más viles, de las luchas más crueles, de las victorias más injustas.


Con mi reconocimiento y respeto a las honrosas excepciones (y simplificando a riesgo de estar cometiendo un error) yo identifico cinco grupos en este escenario:


Grupo Uno. Gente que ostenta el poder.


Gobernantes, legisladores y funcionarios públicos convertidos en cajas de resonancia. Irresponsables, incluso negligentes en su gestión, pero apasionados para respaldar y amplificar los mensajes que les encomiendan de más arriba. Para votar a favor de lo que sea, sin haber siquiera leído la minuta. Ellos y sus aliados son especialmente intensos en el insulto, la denostación, la burla a todo lo que parezca adverso.


Grupo Dos. Gente que persigue el poder.


Algunos partidos y agrupaciones voraces que asaltan y desvían cualquier barco en el que se puedan subir: fenómenos naturales, eventos mundiales, causas humanitarias, reclamos ciudadanos. No importa, siempre y cuando se muevan. Las convierten por un rato en su propio vehículo hasta agotar todo el combustible. Cuando quedan varados brincan al siguiente navío ajeno. Se sirven de todo en su afán por llegar más lejos.


Grupo Tres. Gente que vive del poder.


En torno a los dos grupos anteriores, hay un ecosistema que se revuelve en busca de oportunidades: Medios cómplices, con todo lo que esto puede significar. Periodistas sin escrúpulos, que olvidan sus juveniles deseos de buscar la verdad, y sucumben a sus apetitos por el dinero, la fama, el poder, la venganza. Aduladores profesionales de alquiler a corto plazo. Casas encuestadoras que hacen trajes a la medida de sus clientes, y luego publican, firman y defienden datos falsos. Despachos y profesionales del marketing político, que se reúnen en cuartos de guerra a desatar a todos los demonios posibles. Influencers y expertos digitales que barajan nombres, perfiles, seguidores y contenidos inexistentes, para crear tendencias acuñadas en casa. Organizadores de marchas y bloqueos, mapaches electorales, hackers y espías cibernéticos, en fin... especialistas en todo, con contactos para todo, y lo peor... dispuestos a todo.


Grupo Cuatro. Gente que espera dádivas del poder.


La ecuación se complica cuando vemos, en el otro extremo de la cuerda, a tal vez cientos de miles de personas. Ciudadanos sencillos, ávidos por vender su voz, su voto y su fuerza social. Algunos son gente pobre, que se deja acarrear y sale a mostrar el músculo. A asolearse por horas, a abarrotar calles y plazas, ignorantes de la causa propia y ajena. A gritar la consigna que sea, a cambio de una torta y de la esperanza de que les den algo más... una plaza, una beca, una concesión. Otros son los usuarios de redes sociales, que desde la cobarde distancia del mundo digital, son capaces de hostigar y despedazar a quien es o piensa diferente, a quien tiene lo que ellos desean. Buscan notoriedad y la obtienen del ataque constante, de los odios y simpatías que despiertan en las redes. Y ni qué decir de los porros y vándalos, reventadores que cobran cualquier cosa por salir a agredir y denostar a quien les indiquen. Ciegos a la vulnerabilidad, a la tragedia o al valor civil de la otra parte, muerden furiosos sin ver el destrozo que hacen de nuestro agonizante tejido social.


Grupo Cinco. Gente sin relación con el poder.


Millones de mujeres y hombres que intentan avanzar en medio del tiroteo ideológico, expuestos a diario a un sinfín de estímulos negativos y sin ninguna ambición económica o personal en la política. Gente en todos los escalones de la pirámide social. Lectores de noticias, televidentes, radioescuchas, navegantes de internet, testigos sociales. Todos con una opinión cada vez más definida, más enérgica, respecto a la vida pública nacional, que expresan eventualmente en alguna red social o reunión familiar, pero principalmente lo hacen en las urnas. Este segmento es el más grande y en mi opinión el menos contaminado. El grupo Cinco es muy esperanzador.


Cuando tu meta es ganar una elección, inyectar miedo y odio es una fórmula eficaz que conduce y controla el voto de masas mayormente ignorantes, ambiciosas o necesitadas. Funciona aunque las consecuencias de descomposición social son terribles. Lo más alejado del bien común que uno pueda imaginar.



La estrategia y el mensaje político-electoral hoy en día, implican mucho más que un plan de acción para ganar. Son una oportunidad creativa y humanista. Presentan un dilema ético que obliga a detenernos, evitar la toxicidad que nos consume, y aportar desde la comunicación en la construcción de una nueva cultura de responsabilidad social y pensamiento comunitario. Todos, desde el grupo Uno al Cinco, podemos ser mejores, aportar ideas, construir nuevos modelos, privilegiar la verdad, abrazar la tolerancia y el respeto, hacer el bien y a la vez triunfar democráticamente.

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